Culomanía: la obsesión global de los glúteos XXL

por | Sep 20, 2016 | Ciencia | 0 Comentarios

Culomanía: la obsesión global de los glúteos XXL

 

Atención al siguiente truco de maquillaje, publicado recientemente en una revista para mujeres bajo el título En busca de la mejor cara B: «Con un pincel o con una esponja, aplicamos autobronceador de un tono más oscuro, creando un poco de sombra en el pliegue de la nalga y acentuándolo un poco para definir más la forma. Para terminar, se ilumina el centro de la nalga con un bálsamo corporal para conseguir el efecto lifting». Efectivamente: se trata de la cosmética femenina en plena exploración de nuevos territorios en los que desplegar su ejército de productos. ¡Maquillaje para el culo! Un pasito más allá de las habituales recomendaciones gimnásticas que, según estas estrictas publicaciones, nos conseguirán el respingón culo de Elsa Pataky. La maniobra que ahora se traen entre manos es sutil, nótese el repetido uso de la suave palabra «nalga» o el eufemismo «cara B». El mensaje, sin embargo, aparece nítido: el culo es la nueva cara.

La operación política, cultural y estética que se está obrando ante nuestras narices es gigantesca, rapidísima, prolija en significados. Resumiendo: sin culo no hay paraíso. El fenómeno es global y coloca el trasero en el punto focal de los multimegamillonarios negocios del cuerpo (moda, cosmética,showbusiness, cirugía estética, prácticas sexuales, pornografía…), de la misma manera que los 90 estuvieron bajo la influencia de los pechos armados de silicona. Explica la Sociedad Española de Medicina y Cirugía Cosmética que la demanda de retoques, elevaciones, ampliaciones y reconstrucciones de glúteos han aumentado un 30% en las consultas españolas a lo largo de 2015. En Estados Unidos, la American Society of Plastic Surgeons (ASPS) sitúa en un 252% el incremento de la demanda de estas intervenciones, de 2000 hasta aquí. La avalancha de estrellas latinas y negras encantadas con sus grandes posaderas es tal, que la pavisosa y blanquísima edición norteamericana de la revista Vogue no ha tenido más remedio que admitir: «Entramos oficialmente en la era de los grandes culos».

Y entre todos los culos, uno superlativo. El culo «llamado a gobernarlos a todos», como el anillo de poder. El trasero original, el que prendió esta histeria global por poseer unas nalgas cuanto más sobresalientes, mejor. Hablamos del fascinante apéndice posterior de Kim Kardashian, un prodigio de la técnica estética en constante aumento, creado para romper internet a base de selfies de sus glúteos (llamados belfies). Imposible pasar por alto su imponente presencia, supuestamente debida a una combinación de inyecciones de su propia grasa y quién sabe si implantes o fajas con almohadillas supletorias. Un culo que es una máquina de hacer dinero a costa de su fetichización extrema por parte de nuestra cultura pop. Alfombras rojas, galas de MTV, vídeoclips, portadas de revista y hasta grandes bodas reales (recordemos que Pippa Middelton también triunfó por su otra cara) suministran incesantemente un refuerzo positivo hacia posaderas grandes, foco valorativo de lo que hoy se considera un cuerpo femenino deseable, envidiable y triunfante. El modelo es sólo aparentemente democrático: la perfección y poder antigravedad de estos glúteos desproporcionados está fuera del alcance del común de las mortales. Y también alcanza a los hombres: el mes pasado, cuando se filtraron las imágenes del rodaje de Superman, la conversación global se centró en las descomunales posaderas del nuevo protagonista, Tyler Hoechlin.

Wikipedia refiere una curiosa lluvia de canciones de hip hop, r&b y dancehall dedicadas al culo femenino desde que comenzara el siglo: de Bootydelicious, de las Destiny’s Child de Beyoncé, a Anaconda, de Nicky Minaj, o Booty, de Jennifer López. No hay demasiado acuerdo al respecto del efecto que puede tener tanto panegírico sexual a los grandes culos. Algunas mujeres, por ejemplo la actriz Helen Mirren, encuentran cierta liberación en la creciente exhibición de una mayor diversidad de tamaños. «No encuentro interesante el fenómeno de las Kardashians. Sin embargo, me parece maravilloso que hoy, gracias a Madame Kardashian y, antes que ella, a Jennifer Lopez, a las mujeres se nos permita tener caderas y culo», ha declarado. Otras, como la socióloga Patricia Hill Collins, autora de Black Feminist Thought, explica que la fijación con el trasero de las mujeres racializadas tiene que ver con el estereotipo que las pinta permanentemente dispuestas para el sexo. Disponibles desde el minuto uno. En machista, cachondas.

Lo cierto es que en la microhistoria de este gran culo, el sexo pesa lo que más. Exactamente lo mismo sucede en el King of Diamonds, uno de los clubs de striptease más populares de Miami. Allí reinaba, como la bailarina más deseada,Blac Chyna, principal atracción del local sólo para hombres gracias a una silueta de reloj de arena increíble, imposible, alienígena. Con apenas 18 años, esta jovencita de Washington D.C. llamada Angela White ya había bailado en su ciudad natal bajo el nombre de Cream, en locales donde entró en contacto con la comunidad transexual local. Allí vio cómo sus compañeras transgénero se infiltraban silicona para lograr el perfecto trasero femenino, ese que la naturaleza niega a las mujeres mismas. Cómo no iban a compartir las stripperssenior sus secretos protéticos con aquella pizpireta recién llegada… «Sí, fue al verlas a ellas cuando tuve la idea de aumentar el culo además del pecho», relató en un tabloide estadounidense. «Y tienes que ser realmente cool para que accedan a pincharte, no se lo hacen a cualquiera… Lo logré porque yo quería un cuerpo que fuera único, extraordinario».

En un año, Cream lucía el trasero más solicitado del local y, a la postre, su pasaporte a Miami. Llegó con la lección aprendida: sabedora de que ni el mejor de los productos se vende sin la narrativa adecuada, cambió su nombre por el de Blac Chyna, sugiriendo un irresistible origen mestizo que sostuviera la ficción de su exótica figura. Raperos, revistas y blogs cayeron bajo la fascinación del cuerpo, los tatuajes y la rubia melena de aquella mujer que no se parecía a otra. En 2010, Drake la mencionó en una de sus canciones y, unos meses después, comenzó a salir con el rapero Tygga, fue contratada para bailar en un vídeo de Nicki Minaj (que poco después desarrolló su propia retaguardia aumentada) y se hizo amiga de Kim Kardashian, que se apuntó a la estrategia de la gran nalga.El nuevo cuerpo estadounidense, el que encarna hoy el éxito, el poder y el dinero, es, en realidad, una invención de la comunidad trans exportada por una stripper a Hollywood.

En 2014, un selfie de Kim Kardashian y Blac Chyna comparando sus culos frente al espejo obtuvo más de 600.000 clicks de aprobación. El que Kardashian colgó tras dar a luz a su primer hijo (North, hijo de Kanye West), con su cara B apenas tapada por un bañador blanco, recibió más de un millón. Instagram coronó a otras reinas con buen trasero como Jen Selter, cuya retaguardia híper entrenada recibe la aprobación incesante de sus cuatro millones de seguidores. De repente, el mundo comenzó a dividirse entre mujeres que perrean y mujeres que no perrean. A culo descubierto, Miley Cirus demostró su dominio del twerking ante todo el planeta MTV. Valientemente, Taylor Swift sacó del armario el bochorno de los millones de mujeres que no aciertan a bambolear debidamente las nalgas. Dos años después, Swift ha dejado de hacerse la heroína y ha pasado por el aro de los implantes. Es la ley del pop femenino global: o sexy o muerte.

En la calle, cala hasta el coxis este mandato del cuerpo megasexy que las estrellas han de lucir para trabajar. Manda el deseo de que nos deseen, como a Sofía Vergara, Beyoncé o Rihanna, pero sin tanta retribución económica (aunque, probablemente, una buena retaguarda nos depare un sueldo más alto). No se pude entender el imperio del culo sin detenerse en el cruce entre mercado y deseo. «Las mujeres ya son libres, ya tienen igualdad, ya pueden elegir vivir de su cuerpo o de trozos de su cuerpo», explica irónicamente la filósofa Ana de Miguel, autora de Neoliberalismo sexual (Ed. Cátedra). El sexo cotiza siempre al alza porque llevamos su demanda en el ADN. El antropólogo, primatólogo y sociólogo Pablo Herreros Ubalde, autor del libro (y el blog de Elmundo.es) Yo mono (Ed. Destino) sabe de la fascinación masculina por estos «culos salvajes» como el de Kim Kardashian. «La hipótesis tradicional, desde la biología evolutiva, siempre especuló sobre la idea de que una mujer con caderas anchas es más fértil y además tendrá partos más sencillos. Desde la primatología se añade un elemento mas: los culos grandes recuerdan al hinchazón del trasero que experimentan algunas hembras de primate cuando están celo. Unos labios carnosos pintados de rojo también recuerdan ese estado».

Lo que simbólicamente llega al común es que el sueño americano encarnado en el culo funciona. El trasero es la piedra sobre la que Kim Kardashian ha construido su iglesia, una que reporta alrededor de 50 millones de dólares anuales. Sólo por lo facturado en su facción móviles (vende juegos y emoticonos entre los que también figura su culo como estrella absoluta) le ha valido la portada de la circunspecta revista Forbes. Blac Chyna ya no baila, sino que ha emparentado con la millonaria familia Kardashian gracias al niño que tendrá con el hermano estéticamente díscolo (ha engordado y ya no quiere salir en el famoso reality show familiar), Rob. En el club King of Diamonds, el 80% de las bailarinas lucen ya traseros siliconados: ganan más propinas. No es extraño pues que mujeres de todos los estratos sociales busquen hoy el reconocimiento erótico que suministra un culo sobresaliente.

Existe, claro, una lectura política de este asunto mollar. El racismo, amenaza nada fantasma a ambos lados del Atlántico, tiene mucho que decir en cuestión de glúteos: son las estrellas latinas y negras las que imponen su morfología corporal como más seductora, envidiable y deseable para el resto de la humanidad. Lo logran por su creciente influencia demográfica y peso económico, como por la calidad y creatividad de su producción cultural. En Hollywood, las posaderas de Jennifer Lopez o Beyoncé han dejado de ser una excepción refugiada en la diferencia étnica y se han convertido en el objetivo de las estrellas más rectilíneamente blancas. Estas ya no quieren caber en una talla 36 y servir de percha para la moda, sino maximizar la potencia sexual que el imaginario latino y negro cultivan y que tanto se rentabiliza en los mercados. Menudean en un goteo incesante las noticias acerca de ampliación de la popa y, de paso, proa: Taylor Swift, Kylie y Kris Jenner o Serena Williams son las últimas en pasar por el taller de chapa y pintura.

«La donna è mobile», eso lo sabemos desde el Rigoletto de Verdi. Pero, ¿y los culos? ¿Dónde está el límite de este fenómeno bioviral? Jordi Collell, asesor de marca personal en la consultora Soymimarca.com, lo tiene claro: en lo grotesco. «El peligro de una estrategia de este tipo es convertirte en un esperpento, ofrecer imagen distorsionada de ti mismo». En su análisis, el caso de Kim Kardashian se enfrenta a un peligro cierto de irrelevancia por caducidad. «Más que una marca, lo que se ha creado es un artefacto, un elemento de consumo que puede tener o no conexión con la persona, por lo que su relevancia es baja. Su comportamiento es el de un bien de consumo que, cuando pase de moda, dejará una huella débil. En cualquier momento se puede echar en falta más conexión del artefacto con la persona y entrar la marca en crisis identitaria. La pregunta sería: ‘¿Seguiremos consumiendo Kardashian dentro de 15 años?’».

La sospecha del experto apunta maneras de certeza. Las últimas noticias del universo Kardashian trasladan no sólo un parón en el constante aumento de las posaderas más famosas del clan, sino una disminución. Si existe una burbuja en la imparable revalorización de las nalgas, este es el acontecimiento que podría hacerla estallar. «Quiero deshacerme de mi culo», son las exactas palabras de la heredera que reporta el tabloide británico The Sun. «Quiero volver al culo que tenía en 2010 o 2011. Ese es el objetivo en el que voy a centrarme ahora».

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