Las pastillas para ser mejor persona, «No es ciencia-ficción, sino una realidad tangible»

por | Sep 26, 2016 | Ciencia | 0 Comentarios

Las pastillas para ser mejor persona,  «No es ciencia-ficción, sino una realidad tangible»

 

moral enhancement (dopaje moral): fármacos que nos vuelven más pacientes, más tolerantes, más empáticos… ¿Mejores?

 

Hace seis milenios que los egipcios inventaron el anillo de matrimonio. A primera vista, su función es simple: simbolizar la unión conyugal de una pareja. Pero las alianzas también actúan como un sutil método de autocontrol moral: gracias a este accesorio, avisamos al resto del mundo de que ya estamos pillados. Así, al ahuyentar a potenciales pretendientes, nos resulta más fácil ser virtuosos. Ni siquiera tenemos que molestarnos en decir que no.

Asumámoslo: los humanos usamos estos trucos desde la antigüedad porque todos (o casi) sufrimos la tentación de ser infieles. De ahí que si alguien inventase una pastilla que nos ayudara a controlar esta debilidad, ¿no estaríamos moralmente obligados a tomarla por nuestro bien… y el de nuestras parejas? Así lo cree un grupo creciente de científicos y filósofos, que plantea una tesis revolucionaria: el futuro de la humanidad pasa por sintetizar drogas que nos ayuden a ser mejores personas.

Primero fue el dopaje deportivo para mejorar el rendimiento físico. Luego llegó el dopaje cognitivo, para aumentar nuestra eficacia en el trabajo o los estudios. Ahora, la nueva frontera es el moral enhancement (dopaje moral): fármacos que nos vuelven más pacientes, más tolerantes, más empáticos… ¿Mejores?

«No es ciencia-ficción, sino una realidad tangible», se entusiasma James Hugues, experto en bioética, desde su despacho del Trinity College de Hartford (Connecticut). «Ya hay muchos compuestos que afectan a nuestra toma de decisiones morales: antidepresivos, anfetaminas, hormonas… Y, en el futuro, seremos capaces de utilizar estas drogas con una precisión cada vez mayor».

El ejemplo más diáfano de las bondades del dopaje moral sería un psicópata. Su trastorno es tan fácil de describir como peligroso para la sociedad: son incapaces de empatizar con sus semejantes. Pero los últimos experimentos, con técnicas como la estimulación cerebral, indican que su déficit podría paliarse en el futuro. «¿Alguien duda de que ser capaces curar a los psicópatas es un avance que merece la pena?», se pregunta Brian Earp, investigador del Centro de Neuroética de la Universidad de Oxford. «Y lo mismo ocurre con quienes sufren ataques de ira y hacen cosas de las que luego se arrepienten».

En realidad, ni siquiera hace falta imaginar escenarios tan extremos. Hace décadas que vivimos rodeados de dopaje moral, aunque no lo llamemos así. El caso más evidente es la castración química de delincuentes sexuales a cambio de una reducción de su condena. Mediante inyecciones de fármacos que reducen su libido, consiguen controlar una conducta evidentemente reprobable: abusar de sus semejantes.

 

antidepresivos

También hay casos fuera del entorno penal. Hace décadas que los niños con trastorno de déficit de atención toman pastillas que, además de tratar su enfermedad, mejoran su comportamiento. «En la práctica, el efecto también es moral: los pacientes tratan mejor a sus compañeros, prestan más atención en clase, tienen menos posibilidades de caer en la delincuencia…», reflexiona Guy Kahane, subdirector del Centro Uehiro de Ética Práctica de la Universidad de Oxford.

En todo caso, el dopaje moral aún está dando sus primeros pasos. En el futuro, nos aguardan fármacos diseñados para mejorar la conducta de las personas. Uno de los compuestos más estudiados es la oxitocina, también llamada «hormona del amor», que aumenta la cooperación y la confianza entre los grupos humanos. Con una salvedad: sólo funciona con aquellos a los que consideras parte de tu colectivo. Si no, su efecto se desvanece.

También es prometedor el propranolol, un betabloqueante que se usa principalmente contra la hipertensión. En estudios preliminares, se ha demostrado que, bajo sus efectos, los humanos sufrimos menos prejuicios racistas. ¿Se inventará alguna vez una píldora antiTrump que nos vuelva perfectamente imparciales en nuestro trato con el prójimo?

Todos los expertos coinciden: un fármaco así es una utopía. Ni los más visionarios creen factible sintetizar un compuesto que anule por completo nuestra inmoralidad. Pero sí que habrá drogas que nos ayudarán a «controlar» nuestros instintos más innobles. «Esto es como el dopaje deportivo: las drogas te ayudan a correr más rápido, pero no por ello vas a ganar una carrera a Usain Bolt», explica Guy Kahane.

Pese a sus evidentes limitaciones, la mera mención del dopaje moral despierta recelos instintivos. Son frecuentes las comparaciones con las distopias de George Orwell o Aldous Huxley. Si una droga altera nuestra capacidad de tomar decisiones, ¿seguimos siendo libres? «Por supuesto», replica sin dudar Brian Earp. «De hecho, te hacen aún más libre: en vez de ser presa de tus instintos, tienes margen para comportarte de acuerdo con tus valores íntimos. Tomar una droga que te ayuda a ser mejor persona es una decisión puramente moral».

Otros critican que estas drogas funcionan como un atajo que nos ahorra el esfuerzo cotidiano de actuar éticamente. Pero los defensores del dopaje moral no entienden tantos escrúpulos. «Es como si descubriéramos una pastilla milagro contra la obesidad y, en vez de dársela a los enfermos, les dijéramos: ‘Eso es demasiado fácil: mejor corre y haz dieta, aunque fracases una y otra vez’», argumenta Kahane.

Eso sí, nadie niega el riesgo de los incalculables efectos secundarios que tendría una medicación tan compleja. Dice Hughes que muchos antidepresivos aumentan nuestra empatía hacia el prójimo, pero también reducen nuestra sensibilidad ante las injusticias y limitan nuestra capacidad para rebelarnos contra el poder. «Necesitamos profundizar mucho más en los efectos de estos fármacos, garantizar que su uso siempre sea voluntario y, sobre todo, insistir en que nunca existirá una pastilla que nos convierta mágicamente en santos», insiste el experto en bioética.

Los egipcios lo tenían claro. Además de inventar el anillo de matrimonio como ayuda contra la infidelidad, también fueron pioneros en permitir el divorcio a la mujer por motivos diversos… entre ellos, claro está, el adulterio. «Por supuesto que llevar un anillo te ayuda a ser fiel», dice Kahane. «Pero hay instintos que ni el dopaje moral más avanzado logrará aplacar jamás».

 

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