Vigilantes de basura espacial en La Mancha

por | Abr 9, 2016 | Ciencia | 0 Comentarios

Vigilantes de basura espacial en La Mancha

Las tres cúpulas blancas han sido instaladas en el campo manchego, a 1.070 metros sobre el nivel del mar. Para acceder a ellas, dejamos atrás un valle por el que las vacas pastan plácidamente y subimos por un estrecho camino en el que florecen la jara y el madroño. Durante el ascenso desde el Puerto de Niefla sólo nos cruzamos con un pequeño ciervo y con los buitres leonados que sobrevuelan el Parque Natural de Valle de Alcudia y Sierra Madrona, en el término municipal de Almodóvar del Campo. Un enclave de la provincia de Ciudad Real propicio para la observación astronómica gracias a la ausencia de contaminación lumínica y a la gran cantidad de noches con cielos despejados, unas 270 al año.

LA MANCHA PORTADA II

Y es que esas tres cúpulas blancas, cuyas siluetas recuerdan a la de un casco de moto, albergan los telescopios del observatorio de basura espacial construido por la empresa Elecnor Deimos. Su misión es detectar y hacer el seguimiento de fragmentos de satélites, cohetes y otras piezas de vehículos ya en desuso que han quedado vagando por el espacio sin control. «Hemos contaminado la Tierra y los océanos, y ahora estamos contaminando el espacio sin que haya todavía una legislación clara para evitarlo», señala Jaime Nomen (Tortosa, 1960).

El astrónomo catalán es el director del centro Deimos Sky Survey (DeSS), como se denomina este observatorio experimental puesto en marcha por el brazo tecnológico de la empresa Elecnor. A pocos kilómetros de las cúpulas, en la sede que la empresa tiene en Puertollano, está la sala de control desde la que se operan remotamente los telescopios. La proximidad con este centro es lo que les llevó a levantar el observatorio en la provincia de Ciudad Real.

Según la NASA, hay alrededor de 20.000 fragmentos del tamaño de una pelota viajando a 28.000 kilómetros por hora, una velocidad que los convierte en un peligro para los satélites y naves que están en funcionamiento. Se estima que hay medio millón de trozos del tamaño de una canica y millones de piezas más pequeñas que hacen imposible que puedan ser rastreadas, pero que pueden dañar los equipos.

Sergio Gonzalez Valero. 01/04/2016.Puertollano.Castilla la Mancha.Observatorio de basura espacial de Elector Deimos.Puertollano.Jaime Nomen.Astronomo y director del observatorio.Foto.Jaime Nomen

Sergio Gonzalez Valero. 01/04/2016.Puertollano.Castilla la Mancha.Observatorio de basura espacial de Elector Deimos.Puertollano.Jaime Nomen.Astronomo y director del observatorio.Foto.Jaime Nomen

«El principal riesgo de la basura espacial reside en la posibilidad de que choquen con los satélites, naves y con la Estación Espacial Internacional (ISS)», señala Nomen. Hay piezas que caen a la Tierra, aunque la mayoría se desintegra durante la reentrada: «La probabilidad de que a una persona le caiga un fragmento de basura espacial es muy baja», asegura. Lo más frecuente es que caigan a los océanos, pues la mayor parte de la superficie terrestre está cubierta por agua.

De momento, no se ha registrado ningún herido por caída de chatarra, aunque de vez en cuando también impactan en tierra firme. Sin ir más lejos, en noviembre y marzo se encontraron en municipios de Murcia y Cuenca esferas metálicas que posiblemente eran depósitos de combustible.

Sólo en algunas ocasiones las agencias espaciales son capaces de detectar su reentrada a la Tierra con antelación, como ocurrió el 13 noviembre con un objeto denominado WT1190F. Su caída, en el Índico, fue una de las primeras observaciones que el equipo de Elecnor Deimos hizo con los telescopios de Almodóvar del Campo: «Estábamos todavía haciendo la instalación, pero no quisimos desaprovechar la ocasión», recuerda Nomen.

«El objetivo es que Europa cuente con un catálogo de basura espacial exhaustivo y propio, pues los operadores quieren saber la posición para poder maniobrar sus satélites y también es importante desde el punto de vista estratégico», dice Nomen.

EEUU y Rusia están más avanzados que Europa en el rastreo de la basura espacial, pues era un campo de gran interés ya durante la Guerra Fría cuando les interesaba conocer con exactitud los equipos espaciales del enemigo. Pero sus catálogos públicos no incluyen todos sus artefactos, pues hay satélites militares que no están recogidos. Europa trabaja desde hace años en el desarrollo de una red propia de vigilancia y seguimiento de la basura espacial.

El proyecto se remonta a principios de los años 90. A 1993 exactamente. El ingeniero Enrique González, director de Sistemas de Satélite de Elecnor Deimos, sale de su despacho con un volumen que recoge las conclusiones de la primera conferencia sobre basura que la Agencia Espacial Europea (ESA) celebró ese año en Darmstadt (Alemania). «El catálogo que tenemos sirve para estudios estadísticos, pero no es un catálogo completo», señala González, que antes de unirse a esta empresa trabajó en la ESA.

«Desde los años 90 se ha duplicado la cantidad de basura espacial», asegura González. Por eso, tanto las agencias espaciales como los operadores de satélites, que tienen que maniobrar sus artefactos para evitar choques y deben considerar este riesgo a la hora de diseñar sus misiones, se toman este problema cada vez más en serio.

 

Limitar la propagación de chatarra

Desarrollar tecnología y lanzar naves para retirar los fragmentos más peligrosos resultaría muy caro y complejo así que al menos de momento, explica el ingeniero, el plan de las agencias es intentar limitar su proliferación con normas más estrictas para los lanzamientos y controlar su trayectoria para impedir choques.

«Estoy convencido de que en el futuro existirá la figura del chatarrero espacial, para poder recuperar los valiosos materiales con los que están fabricados los satélites y las naves», reflexiona González.

El de Ciudad Real no es el primer centro de vigilancia de chatarra espacial en nuestro país. El Real Instituto y Observatorio de la Armada (ROA), que tiene su sede en San Fernando (Cádiz), también rastrea basura cósmica a través del observatorio astronómico pirenaico del Montsec (Lleida), que opera conjuntamente con la Academia de Ciencias de Barcelona.

Sí es el primer centro español de iniciativa totalmente privada. «Hemos invertido casi medio millón de euros. Y nuestro objetivo es que esta tecnología sirva para esa red europea de seguimiento de basura espacial», añade González.

Cada una de las tres cúpulas (la más grande mide cuatro metros de diámetro y las otras dos, dos metros) cuenta con un sensor distinto. Uno de los telescopios busca basura espacial en el cielo. Otro se dedica al tracking, es decir, a realizar el seguimiento de los fragmentos de chatarra que ya se conocen para determinar su posición y evaluar el riesgo que entrañan para los satélites o naves que están cerca. El tercer telescopio es experimental y se dedica a buscar basura en la órbita baja terrestre (LEO, por sus siglas en inglés).

«Habitualmente para observar hasta los 1.000 kilómetros se usa el radar, pero construir uno requiere de una tecnología que es más cara que la de un telescopio óptico», explica Nomen.

El primer satélite fue puesto en órbita por la URSS en 1957 y desde entonces el espacio ha ido acumulando gran cantidad de objetos artificiales que han ido quedando inutilizados hasta convertirse en un auténtico basurero.

En la actualidad, hay una gran diversidad de satélites destinados a la observación de la Tierra, la meteorología, las telecomunicaciones o los sistemas de posicionamiento, como GPS, GLONASS y Galileo. Trabajan en tres órbitas distintas. La órbita baja (LEO, hasta los 2.000 kilómetros de altitud), la media (MEO, entre 2.000 y 15.000 km) y la geoestacionaria, a 36.000 kilómetros.

Uno de los riesgos, recuerda Nomen, es que se produzcan choques en cascada entre los objetos que vagan por el espacio, un escenario que describió Donald J. Kessler. El asesor de la NASA advirtió que la cantidad de basura espacial en la órbita terrestre sería tan grande que los objetos sufrirían con frecuencia impactos de fragmentos, generando más chatarra cósmica y un efecto en cascada. «Podría provocar la caída de las telecomunicaciones Hay autores que sostienen que terminará ocurriendo un fallo tecnológico global», señala Nomen.

10.000 imágenes cada noche

Cada noche los sensores del observatorio captan unas 10.000 imágenes: «El mayor reto es disponer de un software capaz de detectar todo lo que se mueve en tantísimas fotografías», explica el astrónomo mientras muestra en la sala de control las imágenes grabadas la noche anterior y cómo calculan las órbitas que siguen los fragmentos más peligrosos.

Nomen fue fichado por esta empresa para dirigir el nuevo centro de basura espacial tras trabajar durante años en el Observatorio Astronómico de Mallorca en la detección de asteroides. Su equipo fue el que descubrió desde el observatorio granadino de La Sagra el asteroide 2012 DA14, el que más se ha acercado a la Tierra desde que hay observaciones, situándose a sólo 27.000 kilómetros.

Casualmente, el 15 de febrero de 2013, el mismo día que se producía el máximo acercamiento del asteroide DA14, cayó en Chelyabinsk (Rusia) un objeto distinto, un meteorito que no había sido detectado con antelación y que causó un millar de heridos. Un episodio que recordó la importancia de vigilar los cielos para intentar prever la caída de objetos peligrosos y desarrollar tecnologías para desviarlos. «Fue una sorpresa para todos. Nadie lo vio venir», recuerda el astrónomo.

Fuente; http://goo.gl/Ob7SPG

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