Vincent T. DeVita Jr. Un oncólogo pionero asegura que ganaremos la guerra al cáncer, y sólo queda una batalla

por | Dic 2, 2015 | Ciencia | 0 Comentarios

Vincent T. DeVita Jr.  Un oncólogo pionero asegura que ganaremos la guerra al cáncer, y sólo queda una batalla

“Hace seis años fui diagnosticado con un cáncer de próstata potencialmente letal que habría matado a muchos hombres. Sobreviví porque podía llamar a mis colegas para que me sometieran a una cirugía agresiva que no responde al tratamiento estándar para mi enfermedad (la terapia hormonal). Sin lugar a dudas, la operación salvó mi vida. Lo que pasó conmigo es lo que le debería ocurrir a todo el mundo como algo normal, pero no es así”.

Con esta sentencia arrancan las memorias del doctor Vincent T. DeVita Jr., un importante investigador, y uno de los oncólogos que ha ocupado posiciones más altas en el entramado científico y médico que rodea el estudio y el tratamiento de la enfermedad. DeVita fue durante ocho años director del National Cancer Institute de EEUU, para pasar después a liderar la investigación oncológica en la Universidad de Yale, donde, a sus 80 años, sigue dando clases magistrales.

Su autobiografía, que ‘The New York Times’ ha definido como “absorbente, feroz y franca”, lleva un título explicito, más propio de un reportaje que de unas memorias: ‘La muerte del cáncer: después de cincuenta años en la vanguardia de la medicina, un oncólogo pionero revela por qué la guerra contra el cáncer se puede ganar y cómo podemos lograrlo’.

 

En efecto, el libro recorre la historia de décadas de investigación oncológica pero, además, ofrece una tesis muy clara sobre el presente y el futuro de la enfermedad, que no dejará a nadie indiferente.

“La gente continúa muriendo de forma innecesaria de cáncer, y es algo que no tiene nada que ver con ‘el fracaso de la guerra contra la enfermedad’, una cantinela habitual en la prensa, ni con la falta de instrumentos científicos, que se han empezado a acumular a un ritmo impresionante”, explica DeVita en la introducción de su libro. “Más bien losobstáculos provienen de no utilizar las herramientas que ya tenemos para curar más; la reticencia a abandonar creencias obsoletas; las batallas burocráticas entre los médicos; y la regulación caduca de la ‘Food and Drug Administration’ [FDA, la agencia del medicamento estadounidense] cuyas políticas dificultan la llegada de las innovaciones logradas en el desarrollo de fármacos oncológicos en los últimos años”.

El médico no deja títere con cabeza: “Estos problemas son bien conocidos por los médicos e investigadores, pero muchos son reacios a hablar de ello abiertamente por temor a dañar a sus colegas o disminuir sus posibilidades de obtener una solicitud de subvención o la aprobación de un fármaco”.

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Para entender cómo hemos llegado a la situación actual, DeVita cree que es necesario conocer la forma en que ha evolucionado la disciplina en la que fue pionero. El médico supo por primera vez lo que era el cáncer como casi todo el mundo: porque acabó con la vida de un ser querido. Corrían los años 40, cuando tenía seis años, y la enfermedad se llevó a su madrina Violeta. Tenía un cáncer de cuello uterino y los médicos no pudieron hacer nada por salvarla. En aquella época era lo normal: la enfermedad solía ser una sentencia de muerte.

Cuando DeVita llegó como becario al National Cancer Insitute, en 1963, habían pasado veinte años de la muerte de su tía, pero las cosas no habían evolucionado demasiado. Los únicos tratamientos disponibles eran la cirugía–que sólo funcionaba si el tumor no había invadido órganos vitales y se encontraba localizado en un lugar “estirpable”– y la radioterapia de brocha gorda, que en muchas ocasiones era tan tóxica que acababa con la vida del paciente antes que la propia enfermedad. En aquellos tiempos sólo un tercio de los diagnosticados con cáncer sobrevivía.

“El estudio del cáncer era un campo estancado, una tierra de nadie poblada por sólo un puñado de médicos e investigadores considerados por la mayoría de sus colegas como locos, perdedores o ambas cosas”, explica DeVita. Eso es lo que también pensaba él, reconoce, pero entonces conoció a sus compañeros del NCI, “un puñado de rebeldes” y todo cambió.

Por aquel entonces la quimioterapia –que es hoy la principal herramienta con la que contamos para luchar contra el cáncer– no sólo estaba en pañales: era un tratamiento muy polémico que muchas personas consideraban una temeridad.

Los primeros fármacos para luchar contra el cáncer eran espeluznantes, sustancias brillantes y tóxicas que eran, además, propensas a la combustión espontánea –el doctor cuenta, de hecho, que uno de sus colegas tuvo un serio accidente cuando una de estos medicamentos explotó en el interior de su coche–. No es de extrañar que, en sus primeros pasos, la quimioterapia se administrara en casos límite y sólo se usara una variedad por paciente, aunque en realidad era algo que no parecía funcionar del todo.

Pero un grupo de científicos visionarios (entre los que se encontraban los dos primeros jefes de DeVita) fueron acumulando la evidencia necesaria para mostrar que si estos fármacos se combinaban a dosis suficientemente altas eran poderosamente eficaces. La primera investigación que dirigió DeVita fue todo un éxito: su quimioterapia combinada logró curar al 80% de los jóvenes con linfoma de Hodking.

Una década después, en 1971, Richard Nixon firmó la National Cancer Act y anunció una guerra sin cuartel contra el cáncer. No es extraño que EEUU sea el país que más ha contribuido en la investigación oncológica (y siga siendo el que cuenta con tratamientos más avanzados para luchar contra la enfermedad), desde aquella fecha el país ha invertido 100.000 millones de dólares en su estudio.

El cáncer es una enfermedad tan extendida y en ocasiones tan devastadora que solemos olvidar cuánto se ha avanzado en su tratamiento. Pero, como explica DeVita, la leucemia infantil es ya curable casi al 100%; la enfermedad de Hodking y otros linfomas avanzados también; y la mortalidad del cáncer de colon ha caído en un 40% en las últimas décadas, como lo han hecho también la del de mama (un 25%) y la del de próstata (un 68%).

Para el oncólogo no cabe duda de que estamos ganando la guerra contra el cáncer, sobre todo debido a la mejora de las técnicas ya existentes: unas cirugías más precisas, una radioterapia más refinada y una quimio con menos efectos secundarios para los pacientes. Pero lo mejor, asegura, está por llegar, si logramos traspasar la última frontera.

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Esta es la batalla final

A DeVita no le cabe duda: “Tenemos el conocimiento suficiente para llegar al final del camino, para lograr que el cáncer deje de ser un problema importante de salud pública en la última década”. Pero para lograr esto es necesario hacer un último esfuerzo.

En 2011, los científicos Robert Weinberg y Douglas Hanahan firmaron el artículo ‘Hallmarks of Cancer: The Next Generation’, que identificaba las ocho características que comparte la enfermedad en todas sus manifestaciones. La investigación era una ampliación de un trabajo publicado 11 años antes –que sigue siendo a día de hoy el artículo más citado de la revista ‘Cell’– y es, en opinión de DeVita, el resumen perfecto de todo lo que sabemos hoy sobre la enfermedad, que resulta crítico para mejorar su tratamiento.

El cáncer es, en muy resumidas cuentas, un proceso descontrolado en la división de las células del cuerpo que las hace inmortales y capaces de colonizar y proliferar otros tejidos u órganos, en un proceso conocido como metástasis. Pero, para que esto ocurra, tienen que ocurrir toda una serie de fallos en nuestro cuerpo. Los ocho distintivos de todas las células cancerígenas, tal como los definieron Weinberg y Hanahan, son:

  1. El mantenimiento de la señalización proliferativa.
  2. La inactivación de los genes que inhiben la proliferación celular.
  3. La resistencia a la muerte celular.
  4. La elusión de la destrucción inmune.
  5. La capacidad de inducir la angiogénesis (la generación de vasos sanguíneos que garantizan el suministro de sangre).
  6. La desregulación de la energética celular.
  7. La capacidad de activar la inmortalidad replicativa.
  8. La activación de la invasión y, después, de la metástasis.

La elaboración de este diccionario completo del cáncer ha sido un trabajo en el que han intervenido miles de científicos durante décadas pero, según DeVita, se puede decir que, a día de hoy, conocemos con bastante detalle cómo funciona la enfermedad. Y ahora sólo queda encontrar el mecanismo para acabar con ella en cuanto empieza a desarrollarse. “Si todos los tipos de cáncer comparten los mismos riesgos, el numero de objetivos que tenemos que atacar para combatir la enfermedad se reduce de forma espectacular”, explica el oncólogo. “Vayamos tras ellos, y podremos tratar a la vez muchos tipos de cánceres”.

En la actualidad es habitual pensar que el cáncer no es una sola enfermedad, sino un conjunto de ellas, pues cada tipo tiene un patrón de crecimiento distinto (lo que obliga a que su tratamiento también lo sea), pero DeVita asegura que, salvo contadas excepciones, estos ocho distintivos son necesarios en todos los cánceres para terminar con la vida del paciente. Y esto da pie al paradigma que, asegura, acabará con el cáncer en mucho menos tiempo del que pensamos: “Ahora sabemos que para tener éxito al tratar con estos distintivos debemos atacar a varios de ellos de forma simultánea”.

Pero, y he aquí el asunto que DeVita critica con más dureza en su libro, para lograr eso se requiere organizar ensayos clínicos complejos que la rígida burocracia actual no contempla: “Podríamos combinar aleatoriamente una variedad de medicamentos para tratar de atacar a varios de estos distintivos de forma simultánea, pero el análisis de este tipo de estudios sería una pesadilla estadística. Los nuevos ensayos deben planificarse utilizando el diagrama de conexiones de la célula cancerosa en cuestión como modelo. Y estos han de llevarse a cabo de una manera radicalmente diferente a las investigaciones convencionales”.

Según el oncólogo, estos ensayos son “extraordinariamente prometedores”, pero es imposible que se lleven a cabo con la regulación actual –no sólo en EEUU, sino en la gran mayoría de países desarrollados–. “En estos nuevos ensayos necesitaríamos monitorizar los efectos y ajustar el enfoque sobre la marcha, en el transcurso mismo de la investigación”, explica. “Y las regulaciones actuales hacen que sea muy difícil que un estudio de este tipo sea aprobado”.

En el libro DaVita carga las tintas contra la NCI y la FDA: “Estamos muy cerca de hacer que el cáncer deje de ser mortal. Tenemos la ciencia. Sólo necesitamos poner las últimas piezas en su sitio. Pero los siguientes avances requieren que algunas personas abandonen sus posiciones de poder, y éstas pueden atrincherarse”.

El oncólogo, en cualquier caso, es optimista. El fin del cáncer llegará tarde o temprano, y todos los esfuerzos puestos en la lucha contra éste podrán ser dirigidos a combatir otras enfermedades menos extendidas, pero igual de complejas y letales. La vida es en ocasiones trágicamente paradójica. Mientras DaVita trabajaba en el NIC su hijo fue diagnósticado con solo nueve años de una anemia aplásica que es, en cierto modo, justo lo contrario al cáncer: un fallo letal de la médula ósea. El niño vivió durante ocho años en una habitación esterilizada del instituto en el que trabajaba su padre y murió con 17 años, esperando la cura milagrosa que su padre sí logró brindar a otros muchos pacientes.

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